Hay momentos en la vida en los que sentimos un nudo en la garganta, una barrera invisible que nos impide decir lo que realmente pensamos o sentimos. No es falta de ideas ni ausencia de palabras, sino la presencia de emociones que parecen sellar nuestros labios. El miedo, la vergüenza, la culpa o la ansiedad actúan como guardianes de nuestra expresión, restringiéndola en situaciones donde más necesitaríamos ser escuchados.
Desde la psicología humanista, se reconoce que cada persona tiene un mundo interno rico y complejo, moldeado por experiencias, aprendizajes y heridas emocionales. Carl Rogers (1980) hablaba de la importancia de la congruencia entre lo que sentimos, pensamos y expresamos, pero la realidad es que muchas veces existe una desconexión entre estos elementos. Por ejemplo, una persona que creció en un ambiente donde la vulnerabilidad era vista como debilidad podría reprimir sus emociones por temor al juicio o al rechazo. De la misma manera, el perfeccionismo inculcado desde la infancia puede llevar a un constante temor al error, generando inseguridad al momento de compartir pensamientos o emociones.
Las emociones que nos limitan suelen tener raíces profundas. El miedo al
rechazo, por ejemplo, puede derivar de experiencias pasadas en las que nuestra
autenticidad no fue bien recibida. La vergüenza puede estar anclada en críticas
constantes que nos hicieron dudar de nuestro propio valor. La ansiedad social,
por su parte, puede estar alimentada por expectativas irreales que nos
imponemos para encajar en determinados entornos. Estos factores crean un
condicionamiento que nos lleva a suprimir nuestra voz, incluso cuando sabemos
que tenemos algo valioso que decir.
Para superar estas barreras emocionales, es esencial un proceso de
autoconocimiento y aceptación. Desde la terapia centrada en la persona, se
promueve un espacio seguro donde cada individuo pueda explorar sus emociones
sin temor a ser juzgado. Reconocer nuestras emociones y aceptarlas sin
resistencia nos permite recuperar la libertad de expresarnos de manera
auténtica. Asimismo, técnicas como la respiración consciente, la escritura
terapéutica y el ensayo de situaciones sociales pueden ayudar a disminuir la
ansiedad y a fortalecer la seguridad en la expresión de pensamientos y
sentimientos.
En última instancia, aprender a expresar lo que sentimos es un proceso de
reconexión con nosotros mismos. La voz silenciada por el miedo puede
recuperarse con paciencia, comprensión y, sobre todo, con un entorno que
fomente la autenticidad y el respeto. Porque al final, ser escuchados no es
solo un derecho, sino una necesidad fundamental para nuestro bienestar
emocional.
Referencias
Rogers, C. (1980). El proceso de convertirse en persona. Paidós.
May, R. (1999). El descubrimiento del ser: escritos esenciales.
Ediciones Morata.
Goleman, D. (1996). La inteligencia emocional. Kairós.
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