Con mi hijo no: que reprendan a los demás, pero no a mi hijo

 La educación es un acto de amor, pero también de firmeza. Sin embargo, en muchas escuelas se repite un fenómeno inquietante: los padres expresan su apoyo incondicional a la disciplina escolar, siempre y cuando no se trate de su propio hijo. Cuando es el hijo del vecino, la sanción es merecida; cuando es el suyo, la situación cambia, y la defensa se convierte en la primera reacción. Este comportamiento, aunque comprensible desde el amor parental, puede tener consecuencias devastadoras para la educación y el desarrollo de los estudiantes. No se trata de castigar, sino de guiar. Y sin el respaldo de los padres, la escuela pierde una parte fundamental de su labor formativa.




Es común que en juntas escolares o reuniones con padres de familia, exista consenso en que la disciplina es clave para el aprendizaje. "Apóyese en lo que sea necesario", dicen. "Si hay que reprender, hágalo". Pero cuando esa reprensión toca a su propio hijo, el discurso cambia. "Mi hijo no". Lo que antes era una corrección justa, ahora es una injusticia, un ataque, una exageración por parte de la escuela. El cambio de postura genera confusión en el estudiante: por un lado, se le exige responsabilidad, pero por otro, se le brinda protección frente a las consecuencias de sus actos.

 

El problema no es nuevo. Los docentes, prefectos y coordinadores observan cómo, con el tiempo, la participación de los padres disminuye. Al principio, asisten a reuniones, apoyan decisiones escolares y muestran interés en el rendimiento académico. Pero conforme avanzan los ciclos escolares, las ausencias en juntas, la falta de respuesta a citatorios y la indiferencia ante los reportes de conducta se hacen cada vez más evidentes. ¿El resultado? Estudiantes que dejan de preocuparse por su desempeño y conducta, pues notan que sus acciones no generan ninguna reacción significativa en casa.

 

La escuela no sanciona, orienta

 

La percepción de que la escuela es un ente punitivo es errónea. La labor educativa no se limita a la enseñanza de materias académicas, sino que también implica la formación en valores, disciplina y responsabilidad. Cuando un docente llama la atención a un estudiante, no lo hace con la intención de humillarlo o castigarlo, sino de corregir un comportamiento que podría afectar su aprendizaje y su futuro.

 

Sin embargo, cuando los padres defienden ciegamente a sus hijos sin considerar la situación en su totalidad, el mensaje que se envía es claro: la autoridad escolar no es legítima. Esto abre la puerta a la indisciplina, la desobediencia y, en muchos casos, al abandono del esfuerzo académico. Un estudiante que sabe que sus padres lo respaldarán incondicionalmente, incluso cuando comete errores, pierde la oportunidad de aprender de sus fallas y mejorar.

 

El impacto de la falta de respaldo en el desarrollo del estudiante

 

Los adolescentes requieren límites claros y consistentes. Cuando un joven percibe que no hay consecuencias en casa ni en la escuela, es más probable que desafíe normas y descuide su formación académica. La falta de apoyo de los padres en los procesos disciplinarios genera desmotivación, baja autoestima y, en muchos casos, un deterioro en su rendimiento escolar.

 

La disciplina no es enemiga de la educación, sino su aliada. Un estudiante que entiende que sus actos tienen consecuencias desarrolla habilidades clave para la vida adulta: responsabilidad, respeto y autocontrol. Por el contrario, aquel que recibe indulgencia constante y protección sin cuestionamientos puede enfrentarse a dificultades cuando ingrese al mundo laboral, donde las normas son innegociables y las consecuencias son reales.

 

La responsabilidad compartida: una invitación a la reflexión

 

Educar es una labor compartida entre la familia y la escuela. La idea de que la responsabilidad recae exclusivamente en los docentes es errónea. La formación integral de un niño o adolescente solo es posible cuando ambas partes trabajan en conjunto.

Por ello, es importante que los padres reflexionen sobre el papel que juegan en la educación de sus hijos. Defenderlos a toda costa, sin cuestionar sus acciones, no es un acto de amor, sino de negligencia. Apoyar a la escuela no significa ser cómplice de una institución autoritaria, sino comprender que la corrección es parte del proceso educativo.

 

El verdadero reto radica en encontrar un equilibrio entre la protección y la disciplina, entre la empatía y la exigencia. No se trata de castigar, sino de enseñar. No se trata de sancionar, sino de formar. Y esto solo se logra con el apoyo activo de los padres.

 

"Con mi hijo no" es una postura que, lejos de proteger, perjudica. La educación requiere de coherencia, de límites claros y del trabajo conjunto entre escuela y familia. La escuela no es el enemigo; es un aliado en la formación de ciudadanos responsables. Negar su labor disciplinaria no solo afecta el rendimiento escolar, sino que también compromete el futuro de los estudiantes.

 

Es momento de cambiar la narrativa. De pasar de la confrontación a la colaboración. De entender que el verdadero apoyo a un hijo no es encubrir sus errores, sino ayudarle a reconocerlos y superarlos. Porque educar no es solo transmitir conocimientos, sino formar personas capaces de enfrentar los retos de la vida con madurez y responsabilidad.

 

Referencias

 

  • Baumrind, D. (1967). Child care practices anteceding three patterns of preschool behavior. Genetic Psychology Monographs, 75(1), 43-88.
  • Bronfenbrenner, U. (1986). Ecology of the family as a context for human development: Research perspectives. Developmental Psychology, 22(6), 723-742.
  • Goleman, D. (1995). Emotional intelligence: Why it can matter more than IQ. Bantam Books.
  • Piaget, J. (1972). La epistemología de las relaciones interpersonales. Siglo XXI Editores.
  • Vygotsky, L. S. (1978). Mind in society: The development of higher psychological processes. Harvard University Press.

 

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