¿Periodistas o agresores? La violencia mediática en la era digital

 ¿Te has preguntado alguna vez cómo te afectan las noticias que lees, escuchas o ves todos los días? ¿Te has sentido alguna vez angustiado, indignado, asustado o manipulado por la forma en que los periodistas presentan la realidad? Si es así, no eres el único. Muchas personas sufren lo que se conoce como violencia mediática, es decir, el daño psicológico, emocional o social que provoca el consumo de información distorsionada, sensacionalista, parcial o falsa.


 


La violencia mediática no es algo nuevo, pero se ha agravado en los últimos años por el auge de las nuevas tecnologías, que han multiplicado las fuentes, los formatos y los canales de comunicación. Hoy en día, estamos expuestos a un bombardeo constante de información, que nos llega a través de periódicos, revistas, radio, televisión, redes sociales, blogs, podcasts, etc. Esta sobreabundancia de información nos dificulta distinguir lo verdadero de lo falso, lo relevante de lo trivial, lo objetivo de lo subjetivo.

 

Los periodistas tienen una gran responsabilidad en este contexto, pues son los encargados de seleccionar, procesar y transmitir la información que nos llega. Sin embargo, muchos de ellos no cumplen con los principios éticos y profesionales que deberían regir su labor, y se dejan llevar por intereses económicos, políticos o personales. Así, recurren a prácticas como el amarillismo, el sesgo, la desinformación, la manipulación o la censura, que generan violencia mediática.

 

El amarillismo consiste en exagerar, dramatizar o tergiversar la realidad para atraer la atención del público y aumentar las ventas o las audiencias. Por ejemplo, cuando se usan titulares alarmistas, se muestran imágenes impactantes o se explotan temas morbosos o escandalosos. El amarillismo provoca miedo, ansiedad, estrés o indignación en los receptores, que se sienten vulnerables, amenazados o engañados.

 

El sesgo consiste en presentar la realidad desde una sola perspectiva, ignorando o minimizando otras visiones o fuentes. Por ejemplo, cuando se favorece a un partido político, se defiende una ideología, se apoya una causa o se ataca a un grupo social. El sesgo provoca polarización, intolerancia, prejuicio o discriminación en los receptores, que se identifican con una postura y rechazan las demás.

 

La desinformación consiste en difundir información falsa, incompleta o errónea, ya sea por desconocimiento, negligencia o intención. Por ejemplo, cuando se inventan noticias, se omiten datos, se confunden hechos o se citan fuentes poco fiables. La desinformación provoca confusión, desconfianza, incredulidad o desinterés en los receptores, que no saben qué creer ni a quién creer.

 

La manipulación consiste en influir en la opinión, la actitud o el comportamiento de los receptores mediante el uso de técnicas psicológicas, retóricas o visuales. Por ejemplo, cuando se apelan a las emociones, se usan falacias, se recurren a metáforas o se emplean colores o sonidos. La manipulación provoca alienación, conformismo, sumisión o fanatismo en los receptores, que pierden su capacidad crítica y su autonomía.

 

La censura consiste en restringir, ocultar o eliminar información que se considera inconveniente, peligrosa o ilegal. Por ejemplo, cuando se prohíben temas, se silencian voces, se cortan escenas o se borran imágenes. La censura provoca ignorancia, curiosidad, rebelión o apatía en los receptores, que se quedan sin saber, sin poder o sin querer.

 

Como puedes ver, la violencia mediática tiene múltiples formas y efectos, que afectan tanto a nivel individual como colectivo. Nos impide acceder a una información veraz, plural y diversa, que nos permita formarnos una opinión propia y participar activamente en la sociedad. Este tipo de violencia nos convierte en víctimas o cómplices de un sistema de comunicación que no respeta nuestros derechos ni nuestros deberes como ciudadanos.

 

¿Qué podemos hacer entonces para evitar o reducir la violencia mediática?

 

La respuesta no es sencilla, pero hay algunas medidas que podemos tomar tanto desde el lado de los emisores como desde el lado de los receptores. Por parte de los emisores, es necesario que los periodistas se comprometan con su código deontológico y que los medios de comunicación se sometan a mecanismos de control y de rendición de cuentas. Por parte de los receptores, es necesario que desarrollemos una actitud crítica y reflexiva ante la información que consumimos y que busquemos fuentes alternativas y contrastadas.

 

En definitiva, la violencia mediática es un problema grave que nos afecta a todos y que requiere de nuestra atención y de nuestra acción. No podemos quedarnos indiferentes ni resignados ante la realidad que nos presentan los medios de comunicación. Tenemos que ser conscientes de que la información es poder, y que el poder puede usarse para bien o para mal. Depende de nosotros elegir qué tipo de información queremos y qué tipo de sociedad queremos.

 

Fuentes de información:

 

  • Galtung, J. y Ruge, M. (1965). The structure of foreign news: The presentation of the Congo, Cuba and Cyprus crises in four Norwegian newspapers. Journal of Peace Research, 2(1), 64-90.
  • McCombs, M. y Shaw, D. (1972). The agenda-setting function of mass media. Public Opinion Quarterly, 36(2), 176-187.
  • Chomsky, N. y Herman, E. (1988). Manufacturing consent: The political economy of the mass media. Pantheon Books.
  • Castells, M. (2009). Communication power. Oxford University Press.
  • Thompson, J. (2010). Ideología y cultura moderna. Teoría crítica social en la era de la comunicación de masas. Universidad Autónoma Metropolitana.

 





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