La ansiedad es una emoción que todos experimentamos en algún momento de nuestra vida, y que tiene una función adaptativa, ya que nos ayuda a prepararnos para afrontar situaciones difíciles o amenazantes. Sin embargo, cuando la ansiedad se vuelve excesiva, desproporcionada o prolongada, puede convertirse en un problema que afecta a nuestra salud física, mental y emocional, y que limita nuestra capacidad para disfrutar de nuestra vida.
Uno de los aspectos más
característicos y preocupantes de la ansiedad son los síntomas físicos que la
acompañan, como la sensación de ahogo, de desmayo o de muerte inminente. Estos
síntomas pueden ser muy intensos y angustiantes, y pueden hacer que pensemos
que tenemos alguna enfermedad grave o que estamos en peligro. Sin embargo,
estos síntomas no son más que el reflejo de nuestra activación fisiológica, y
tienen una función positiva, que es la de alertarnos de que algo no va bien y
de que necesitamos buscar ayuda o cambiar de situación.
¿Qué son los síntomas físicos de
la ansiedad?
Los síntomas físicos de la ansiedad son las
sensaciones corporales que experimentamos cuando estamos nerviosos, asustados o
estresados.
Algunos de los más comunes son:
- Sensación
de ahogo, falta de aire o dificultad para respirar.
- Palpitaciones,
taquicardia o dolor en el pecho.
- Mareos,
vértigo, inestabilidad o sensación de desmayo.
- Sudoración,
escalofríos, temblores o calambres.
- Náuseas,
vómitos, diarrea o molestias abdominales.
- Sequedad
de boca, dificultad para tragar o nudo en la garganta.
- Hormigueo,
entumecimiento o adormecimiento de las extremidades.
- Tensión
muscular, dolor de cabeza, espalda o cuello.
- Rubor,
sofocos o palidez.
- Sensación
de irrealidad, despersonalización o desapego.
Estos síntomas pueden variar en intensidad,
duración y frecuencia según la persona y el tipo de ansiedad que padezca.
Algunas personas pueden tener solo uno o dos síntomas, mientras que otras
pueden tener varios o todos a la vez. También puede haber diferencias entre los
distintos trastornos de ansiedad, como el trastorno de pánico, la fobia social,
el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno obsesivo-compulsivo o el
trastorno por estrés postraumático.
¿Por qué ocurren los síntomas
físicos de la ansiedad?
Los síntomas físicos de la ansiedad son el
resultado de la activación del sistema nervioso autónomo, que es el encargado
de regular las funciones involuntarias de nuestro organismo, como la
respiración, el ritmo cardíaco, la presión arterial, la digestión o la
temperatura corporal. Este sistema tiene dos ramas: el sistema simpático y el
sistema parasimpático.
El sistema simpático es el que se activa cuando
percibimos una amenaza o un peligro, real o imaginario, y nos prepara para la
acción, ya sea para luchar o para huir. Es lo que se conoce como la respuesta
de estrés o de alarma, y tiene como objetivo aumentar nuestras posibilidades de
supervivencia. Para ello, el sistema simpático libera adrenalina y
noradrenalina, que son unas hormonas que producen los siguientes efectos:
- Aumentan
el ritmo cardíaco y la presión arterial, para bombear más
sangre y oxígeno a los músculos y al cerebro. Esto nos permite tener más
fuerza, velocidad y agilidad para enfrentarnos o escaparnos de la amenaza.
Por ejemplo, si nos encontramos con un perro agresivo, nuestro corazón se
acelera y nuestra presión sube, para que podamos correr más rápido o
defendernos mejor.
- Aumentan
la frecuencia respiratoria, para facilitar el intercambio de gases y
la eliminación de dióxido de carbono. Esto nos permite tener más
oxigenación y ventilación para mantener el metabolismo y la energía. Por
ejemplo, si tenemos que hacer una exposición oral, nuestra respiración se
agita y se profundiza, para que podamos hablar con más claridad y fluidez.
- Dilatan
las pupilas, para mejorar la visión y la percepción
del entorno. Esto nos permite tener más claridad y detalle para detectar y
evaluar el peligro y las posibles salidas. Por ejemplo, si estamos en un
lugar oscuro y oímos un ruido extraño, nuestras pupilas se dilatan, para que
podamos ver mejor lo que nos rodea y buscar una salida.
- Contraen
los vasos sanguíneos periféricos, para reducir el sangrado en caso de
herida y priorizar los órganos vitales. Esto nos permite tener más
protección y reserva para soportar el daño y la pérdida de fluidos. Por
ejemplo, si nos cortamos con un cuchillo, nuestros vasos sanguíneos se
contraen, para que la herida sangre menos y no se comprometa el
funcionamiento de nuestros órganos.
- Inhiben
la digestión, la salivación y la micción, para ahorrar
energía y evitar distracciones. Esto nos permite tener más concentración y
enfoque para resolver el problema y no perder el tiempo. Por ejemplo, si
tenemos una entrevista de trabajo, nuestra digestión se ralentiza, nuestra
boca se seca y nuestra vejiga se cierra, para que no tengamos que ir al
baño ni sentir hambre o sed.
- Estimulan
la sudoración, para regular la temperatura corporal y
evitar el sobrecalentamiento. Esto nos permite tener más refrigeración y
equilibrio para no sufrir un golpe de calor o una deshidratación. Por
ejemplo, si estamos en un día muy caluroso y tenemos que hacer un esfuerzo
físico, nuestro cuerpo suda, para que podamos enfriarnos y mantenernos
hidratados.
- Aumentan
la tensión muscular, para estar listos para el movimiento y
la defensa. Esto nos permite tener más resistencia y flexibilidad para
adaptarnos y reaccionar a las circunstancias. Por ejemplo, si estamos en
una situación de conflicto y tenemos que negociar o pelear, nuestros
músculos se tensan, para que podamos estar alertas y preparados.
El sistema parasimpático, por el contrario, es el
que se activa cuando la amenaza o el peligro ha pasado, y nos devuelve al
estado de calma y relajación. Es lo que se conoce como la respuesta de
recuperación o de reposo, y tiene como objetivo restaurar el equilibrio y la
homeostasis de nuestro organismo. Para ello, el sistema parasimpático libera
acetilcolina, que es un neurotransmisor que produce los siguientes efectos:
Disminuyen el ritmo cardíaco y la presión arterial, para normalizar la
circulación y el flujo sanguíneo. Esto nos permite tener más tranquilidad,
estabilidad y armonía en nuestro sistema cardiovascular. Por ejemplo, si hemos
pasado por una situación de estrés y nos sentimos agitados, nuestro corazón se
relaja y nuestra presión baja, para que podamos recuperar la calma y el
equilibrio.
Disminuyen la frecuencia respiratoria, para regular la ventilación
y el pH. Esto nos permite tener más calma, equilibrio y serenidad en nuestro
sistema respiratorio. Por ejemplo, si hemos hecho un ejercicio físico intenso y
nos sentimos cansados, nuestra respiración se normaliza y se suaviza, para que
podamos descansar y recuperar el aliento.
Contraen las pupilas, para adaptarse a la luz y evitar el
deslumbramiento. Esto nos permite tener más claridad, nitidez y confort en
nuestra visión. Por ejemplo, si hemos estado en un lugar muy iluminado y nos
sentimos deslumbrados, nuestras pupilas se contraen, para que podamos ver mejor
y proteger nuestros ojos.
Dilatan los vasos sanguíneos periféricos, para
mejorar la oxigenación y la nutrición de los tejidos. Esto nos permite tener
más salud, vitalidad y energía en nuestro cuerpo. Por ejemplo, si hemos estado
en un lugar muy frío y nos sentimos entumecidos, nuestros vasos sanguíneos se
dilatan, para que podamos calentarnos y reactivarnos.
Estimulan la digestión, la salivación y la micción, para
facilitar la asimilación y la eliminación de los alimentos. Esto nos permite
tener más satisfacción, placer y limpieza en nuestro sistema digestivo. Por
ejemplo, si hemos comido algo rico y nos sentimos saciados, nuestra digestión
se estimula, nuestra boca se humedece y nuestra vejiga se abre, para que
podamos asimilar y eliminar lo que hemos ingerido.
Inhiben la sudoración, para conservar el calor y la hidratación.
Esto nos permite tener más frescura, suavidad y humedad en nuestra piel. Por
ejemplo, si hemos estado en un lugar muy caluroso y nos sentimos sudorosos,
nuestro cuerpo deja de sudar, para que podamos enfriarnos y mantenernos
hidratados.
Disminuyen la tensión muscular, para relajar el cuerpo y evitar el dolor.
Esto nos permite tener más soltura, flexibilidad y bienestar en nuestros
músculos. Por ejemplo, si hemos estado en una situación de conflicto y nos
sentimos tensos, nuestros músculos se relajan, para que podamos distendernos y
aliviarnos.
Como puedes ver, el sistema nervioso autónomo tiene
una función adaptativa, ya que nos ayuda a responder adecuadamente a las
demandas del medio y a mantener el equilibrio interno. Sin embargo, cuando el
sistema simpático se activa de forma excesiva, desproporcionada o prolongada,
puede generar los síntomas físicos de la ansiedad, que, en lugar de ser útiles,
se vuelven molestos, incómodos y limitantes.
¿Por qué nos preocupan los
síntomas físicos de la ansiedad?
Los síntomas físicos de la ansiedad nos preocupan
porque son desagradables, porque nos hacen sentir mal y porque nos impiden
hacer lo que queremos o tenemos que hacer. Pero también nos preocupan porque
los interpretamos de forma negativa, porque les damos un significado erróneo o
catastrófico, porque pensamos que son señales de que algo grave nos va a pasar
o de que tenemos alguna enfermedad física.
Estas interpretaciones negativas se basan en creencias
irracionales, en pensamientos automáticos o en sesgos cognitivos, que
distorsionan la realidad y aumentan nuestra ansiedad.
Algunos ejemplos de estas interpretaciones son:
- “Si me
falta el aire, es que me voy a ahogar o a asfixiar”.
- “Si me
duele el pecho, es que tengo un infarto o un problema cardíaco”.
- “Si me
mareo, es que me voy a desmayar o a perder el conocimiento”.
- “Si me
tiemblan las manos, es que tengo un tumor cerebral o una enfermedad
neurológica”.
- “Si
siento hormigueo, es que tengo un derrame cerebral o una esclerosis
múltiple”.
- “Si me
sudan las palmas, es que tengo una infección o una diabetes”.
- “Si me
siento irreal, es que estoy perdiendo la razón o la identidad”.
Estas interpretaciones no son ciertas, no se basan
en evidencias, sino en suposiciones, en miedos o en prejuicios. Los síntomas
físicos de la ansiedad no son peligrosos, no son mortales, no son indicativos
de ninguna enfermedad física. Son solo manifestaciones de nuestro estado
emocional, de nuestra activación fisiológica, de nuestra respuesta de estrés.
¿En qué nos ayudan los síntomas
físicos de la ansiedad?
Los síntomas físicos de la ansiedad, aunque nos
parezcan molestos e inútiles, tienen una función positiva, que es la de
alertarnos de que algo no va bien y de que necesitamos buscar ayuda o cambiar
de situación. Los síntomas físicos de la ansiedad son como un sistema de
alarma, como un detector de humo, como un semáforo, que nos avisan de que hay
un problema, de que hay un riesgo, de que hay un conflicto.
Los síntomas físicos de la ansiedad nos ayudan a
tomar conciencia de nuestras emociones, de nuestras necesidades, de nuestros
límites, de nuestros valores, de nuestros objetivos. Nos ayudan a identificar
qué es lo que nos genera ansiedad, qué es lo que nos preocupa, qué es lo que
nos asusta, qué es lo que nos estresa. Nos ayudan a evaluar nuestra situación,
a analizar nuestras opciones, a buscar soluciones, a tomar decisiones, a actuar
en consecuencia.
Los síntomas físicos de la ansiedad nos ayudan a
movilizarnos, a motivarnos, a enfrentarnos, a superarnos, a aprender, a crecer.
Nos ayudan a salir de nuestra zona de confort, a explorar nuevas posibilidades,
a desarrollar nuevas habilidades, a adquirir nuevos recursos, a fortalecer
nuestra autoestima, a mejorar nuestra calidad de vida.
¿Cómo nos impiden los síntomas físicos
de la ansiedad?
Los síntomas físicos de la ansiedad
nos impiden hacer lo que queremos o tenemos que hacer cuando los evitamos,
cuando los rechazamos, cuando los negamos, cuando los combatimos. Cuando
hacemos esto, estamos reforzando nuestra ansiedad, estamos alimentando nuestro
miedo, estamos perpetuando nuestro sufrimiento.
Los síntomas físicos de la ansiedad nos impiden
hacer lo que queremos o tenemos que hacer cuando los interpretamos como una
amenaza, como un obstáculo, como un enemigo, como un castigo. Cuando hacemos
esto, estamos aumentando nuestra angustia, estamos disminuyendo nuestra
confianza, estamos reduciendo nuestra autoeficacia.
Los síntomas físicos de la ansiedad nos impiden
hacer lo que queremos o tenemos que hacer cuando los generalizamos, cuando los
anticipamos, cuando los catastrofizamos, cuando los magnificamos. Cuando
hacemos esto, estamos limitando nuestra visión, estamos sesgando nuestra
percepción, estamos distorsionando nuestra realidad.
Los síntomas físicos de la ansiedad nos impiden
hacer lo que queremos o tenemos que hacer cuando los convertimos en el centro
de nuestra atención, de nuestro pensamiento, de nuestro comportamiento, de
nuestra vida. Cuando hacemos esto, estamos perdiendo nuestra perspectiva,
estamos olvidando nuestros propósitos, estamos renunciando a nuestros sueños.
¿Cómo limitan los síntomas
físicos de la ansiedad nuestros entornos laboral, familiar, social y personal?
Los síntomas físicos de la ansiedad limitan nuestros
entornos laboral, familiar, social y personal cuando nos hacen evitar o escapar
de las situaciones que los desencadenan o que los agravan. Estas situaciones
pueden ser muy variadas, como hablar en público, viajar en avión, conducir por
una autopista, ir al médico, estar en un lugar cerrado o con mucha gente, etc.
Al evitar o escapar de estas situaciones, estamos perdiendo oportunidades,
estamos dejando de hacer cosas que nos gustan, que nos interesan, que nos
benefician, que nos enriquecen.
Los síntomas físicos de la ansiedad limitan
nuestros entornos laboral, familiar, social y personal cuando nos hacen
depender de otras personas, de objetos o de sustancias para afrontarlos o para
aliviarlos. Estas personas, objetos o sustancias pueden ser muy diversos, como
un familiar, un amigo, un compañero, un teléfono, una botella de agua, un
medicamento, un cigarrillo, una copa, etc. Al depender de estas personas,
objetos o sustancias, estamos perdiendo autonomía, estamos dejando de confiar
en nosotros mismos, estamos reduciendo nuestra capacidad de resolver problemas,
de tomar decisiones, de asumir responsabilidades.
Los síntomas físicos de la ansiedad limitan
nuestros entornos laboral, familiar, social y personal cuando nos hacen
aislarnos, retraernos, encerrarnos o escondernos de los demás. Estos
comportamientos pueden ser muy variados, como no salir de casa, no contestar el
teléfono, no ir al trabajo, no asistir a eventos sociales, no participar en
actividades de ocio, etc. Al aislarnos, retraernos, encerrarnos o escondernos
de los demás, estamos perdiendo contacto, estamos dejando de comunicarnos,
estamos reduciendo nuestro apoyo, nuestra pertenencia, nuestra integración.
¿Cómo podemos manejar los
síntomas físicos de la ansiedad?
Los síntomas físicos de la ansiedad se pueden
manejar de forma efectiva con la ayuda de un profesional de la salud mental,
que nos puede ofrecer un tratamiento psicológico adecuado a nuestras
características, necesidades y objetivos.
Además también podemos manejar los síntomas físicos
de la ansiedad con la ayuda de nuestro entorno, de nuestros recursos y de
nuestro autocuidado.
Para ello, podemos:
- Buscar
y aceptar el apoyo de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestros
compañeros, de nuestros profesionales, de nuestros grupos, de nuestras
redes, etc. Estas personas pueden ofrecernos su comprensión, su escucha,
su consejo, su ayuda, su compañía, su afecto, etc.
- Utilizar
y potenciar nuestros recursos personales, como nuestra inteligencia,
nuestra creatividad, nuestro humor, nuestra curiosidad, nuestra
perseverancia, nuestra resiliencia, nuestra autoestima, etc. Estos
recursos pueden ayudarnos a enfrentar los desafíos, a superar las
dificultades, a aprender de los errores, a crecer de las experiencias,
etc.
- Cuidar
de nuestra salud física, mental y emocional, como nuestra alimentación,
nuestro sueño, nuestro ejercicio, nuestro ocio, nuestro descanso, nuestra
higiene, nuestra expresión, nuestra regulación, etc. Estos hábitos pueden
ayudarnos a prevenir la ansiedad, a reducir sus síntomas, a aumentar
nuestro bienestar, a mejorar nuestra felicidad, etc.
Conclusión
Los síntomas físicos de la ansiedad son unas
sensaciones corporales que experimentamos cuando estamos nerviosos, asustados o
estresados. Estos síntomas tienen una función adaptativa, ya que nos alertan de
que algo no va bien y de que necesitamos buscar ayuda o cambiar de situación.
Sin embargo, cuando estos síntomas se vuelven excesivos, desproporcionados o
prolongados, pueden generar preocupación, angustia y limitación. Por eso, es
importante aprender a manejarlos de forma efectiva, con la ayuda de un
profesional de la salud mental, de nuestro entorno, de nuestros recursos y de
nuestro autocuidado.
Espero que este artículo te haya resultado útil e
interesante, y que te haya ayudado a comprender mejor los síntomas físicos de
la ansiedad y a afrontarlos con más confianza y optimismo. Recuerda que la
ansiedad no es tu enemiga, sino tu aliada, y que puedes superarla con tu
esfuerzo, tu voluntad y tu apoyo. Si tienes alguna duda, consulta o comentario,
no dudes en contactarme. Estaré encantado de atenderte y de acompañarte en tu
proceso de mejora. Hasta la próxima.
Fuentes de información
- American Psychiatric Association.
(2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed.). Washington,
DC: Author.
- Barlow, D. H., & Craske, M. G.
(2007). Mastery of your anxiety and panic: Therapist guide (4th ed.). New
York, NY: Oxford University Press.
- Caballo,
V. E., Salazar, I. C., & Irurtia, M. J. (2014). Manual de psicología
clínica infantil y del adolescente: Trastornos específicos. Madrid,
España: Pirámide.
- Echeburúa,
E., & Corral, P. (2009). Manual de violencia familiar. Madrid, España:
Siglo XXI.
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